(Cañon del río Irantzu-Monasterio de
Irache-Viana-Laguna de las Cañas-Mirador del cañón del río Leza-Sierra de
Cameros-Soria)
Y llegó el miércoles, 30 de septiembre, tras una
noche estupenda y tranquila. La mañana se
descubre con un cielo azul limpio que invitaba a dar un paseo, así que después
de desayunar tomamos la senda que nos dirigía al Cañón del rio Irantzu.
Es una ancha pista que
en su inicio es llana y arbolada de nogales a ambos lados. Y buscamos las
nueces, pero alguien nos ha precedido ya que quedan muy pocas en el suelo,
después de rebuscar. Angel no deja de hablar de la inteligencia de nuestros
antepasados al plantar nogales. En verano
nos da su sombra y luego en otoño
nos regala frutos con muchas calorías.
Seguimos caminando
entre nogales que luego pasan a ser
robles y quejigos, una típica vegetación mediterránea. Después se sumaron los
arces, de dos especies, el común y otro
de hoja más pequeña, el arce de Montpellier.
El cauce del arroyo
permanecía seco lo cual restaba alegría al paseo ya que no nos acompañó el
ruido cantarino de sus aguas. Unas enormes paredes calizas comenzaron a elevarse
a ambos lados y enseguida empezamos a ascender y poco a poco la vegetación
comenzó a cambiar. Aquí empezamos a oir el rumor del agua que tímidamente se
deslizaba. Y una vez más la vegetación comienza a cambiar y los robles y
quejigos fueron sustituidos por hayas,
algunas enormes, hermosas, mezcladas con los quejijos, el boj de tamaño
considerable, el espino y otras especies vegetales característica de lugares de
mayor altura.
El canto de los pajarillos, el rumor suave del agua y el ruido de los cencerros acompañaba nuestra breve ascensión. La temperatura también varió algo y se volvió un poco más fría.
El recorrido no es muy
espectacular como por ejemplo la foz de Lumbier, pero es muy hermoso y la
variedad de vegetación que contemplamos nos llamó especialmente la atención.
Regresamos por donde
habíamos venido cruzándonos con dos grupos pequeños de gente que estaban
haciendo esta misma senda.
Y según regresábamos reflexionaba sobre la suerte que teníamos. Y es que somos capaces de disfrutar tanto de una visita a un claustro de un monasterio románico o cisterciense, o una iglesia o un palacio, o paseando por las callejuelas de alguna ciudad, como de un paseo por el campo escuchando el sonido de las aves, observando su vuelo o identificando distintas variedades vegetales. Creo que es un regalo que no sé si se recibe con los años o al menos, se aprecia más con el paso del tiempo que nos va enseñando a disfrutar de las pequeñas cosas, a descubrir sus pequeños secretos y su escondida belleza. Antes…quizás teníamos demasiada prisa. Es curioso, cuando menos deberíamos tener que es en la juventud, más se tiene, y cuando menos tiempo queda y más prisa nos deberíamos de dar en hacer aquello que queremos, en cumplir nuestros sueños, menos prisa manifestamos.
Rumbo ahora al Monasterio de Irache que a lo largo de
su historia ha sido hospital de peregrinos, universidad, hospital de guerra y
colegio de religiosos.
Aparcamos a la puerta y sin nadie a la entrada, siguiendo las indicaciones llegamos al claustro, plateresco, muy hermoso aunque confieso que no tanto como los románicos o cistercienses y después pasamos a la iglesia.
Al salir de nuevo al claustro
observamos como muchos sillares estaban graffiteados principalmente con
lapicero, fechadas algunas en el siglo XVIII.
Aunque siempre estuvo habitado, albergando una universidad entre los siglos XVI y XIX, a finales del siglo pasado la escasez de vocaciones provocó la marcha de los frailes y, desde entonces, ha estado deshabitado.
Tras salir del
monasterio nos acercamos al museo del
vino.
En realidad, es una bodega en la que una parte de ella la han destinado a museo. Allí conservan utensilios y aparatos relacionados todos con el vino y una buena bodega con vinos de viejas añadas.
Al salir le pregunté a la joven que lo atendía como se trabajaba el vino. Y aprendí que el mosto se guarda en depósitos de aluminio y de allí, según el tipo de vino que se quiera hacer, pasa a barricas, de distintos tipos también que determinan su calidad, donde el tiempo de permanencia variará y pasará después al embotellado donde también el tiempo de envejecimiento dependerá del tipo de vino que se quiera conseguir. Luego la preguntamos por los vinos que tenían a la venta, y seleccionamos tres de ellos que catamos, para elegir dos crianzas, los que nos gustaron más.
Y ahora ya rumbo a Viana encaramada sobre un cerro que
parece ahora mirar hacia el horizonte abandonando su ancestral labor de
vigilancia como plaza defensiva frente a Castilla .
Aparcamos a las afueras y nos dirigimos a su casco histórico. Atravesamos por una de sus puertas la muralla paseando por sus calles admirando casas solariegas, palacios e iglesias que muestran el esplendor vivido entre los siglos XVI y XVIII.
Situados en la plaza
de los fueros nos sorprende la gran actividad que hacía hervir este lugar con
sus numerosas terrazas en las que casi todas sus mesas aparecían ocupadas con
gente en animada charla mientras que disfruta de un pincho y una cerveza. Y
eran las 13 horas en un día de diario.
Pero el objeto
principal de nuestra visita era la iglesia de la Asunción de Santa Maria,
gótica, del XIII y XIV, uno de los monumentos más llamativos de la localidad y
donde bajo las losas del atrio,
descansan los restos del que fuera guerrero, príncipe y cardenal César Borgia,
fallecido cerca de Viana en 1507.
Pero una vez más, y
por el mismo motivo, el miedo al virus,
la iglesia permanecía cerrada a cal y canto. Y no puedo dejar de pensar con
cierto enojo que parece que este virus se desarrolla más en lugares de interés
cultural que en los bares, tascas o restaurantes.
Así que enfadada y decepcionada nos internamos por una de sus calles que nos llevaron a las ruinas de lo que en su día fue la iglesia de San Pedro, del siglo XIII. Desde aquí pudimos disfrutar de una impresionante panorámica de las tierras riojanas y alavesas.
Ahora ya nos dirigimos
a la Laguna de las cañas, un espacio
protegido donde se pueden observar aves y que estaba a escasos kilómetros de
Viana y Logroño.
Dejamos la carretera para seguir unos metros por un camino en buen estado hasta llegar al observatorio. Desde allí vimos la laguna y una gran concentración de cigüeñas, posiblemente un centenar. A parte de ellas, que era lo más destacable, a lo lejos, algún cormorán y anátida, posiblemente ánade real, pero los prismáticos no nos permitieron diferenciar especies ni identificarlas y la calidad del telescopio tampoco.
Así que comimos,
descansamos e inicialmente pensamos en hacer un pequeño recorrido alrededor de
la laguna, si no todo que eran más de 4 km, si parte, pero vimos que donde
teníamos mejor visibilidad era donde estábamos por ser un altozano y que una
vez abajo, poco podríamos distinguir así que decidimos poner rumbo a Soria.
Y así lo hicimos parando primero en el mirador del Cañón del río Leza que forma parte de la Reserva de la Biosfera de los Valles del Leza. Nos asomamos a un paisaje espectacular de grandes cortados de roca caliza algunos con paredes de 200 metros y que al fondo dejan paso al río Leza que con su lento y paciente trabajo ha ido erosionando el terreno hasta formar este impresionante paisaje. A nuestro alrededor cimas arboladas y verdes, al fondo, pequeño, diminuto, el rio Leza casi inapreciable. Había un sendero que lomeando parecía llevar a Soto de Cameros y otro que parecía descender al fondo del cañón
Después de disfrutar
de las vistas regresaremos a la carretera entrando de lleno en el espacio de la
Sierra de Cameros atravesando pueblos singulares de esta comarca como Soto de
Cameros, un bello pueblo de casas de arquitectura popular, palacios, casas de
indianos, una iglesia con un esbelto campanario y, en lo alto, el mirador y la
ermita de Nuestra Señora del Cortijo.
La carretera que
habíamos traído cambió y el firme se hizo irregular, en mal estado y muy
tortuosa, pero muy bella. Así, despacio, fuimos dejando atrás bonitos paisajes
verdes y desgranando pueblos pequeños con encanto hasta llegar al puerto de
Piqueras. Al comienzo de la subida, los robles acompañaron nuestro camino, pero
según ascendíamos, las hayas sustituyeron a los robles. Una vez arriba, los
pinos silvestres fueron los que a su vez llenaron nuestro paisaje. Pese al mal
estado de la carretera esta última parte fue realmente hermosa y la disfrutamos
mucho.
En pocos kilómetros
desembocamos en una carretera de mayor entidad que nos llevaría al área
recreativa de Valonsadero (41.809630;
-2.546149) a 11 kilómetros de Soria, un lugar muy agradable con un merendero.
Y lentamente, casi sin
darnos cuenta la noche nos ha cubierto con su manto y ha roto a llover
débilmente. Los sorianos que andaban por aquí, han ido desapareciendo y supongo
que si no estamos solos, en breve nos quedaremos.
Mañana regresaremos a
Soria, esta tierra que fue testigo de lo que quizás fue el primer viaje que
como novios hicimos Angel y yo, quizás en el año 79, bueno 1979, hablamos de
hace ya la friolera de 40 años. Fue un viaje en grupo, en autocar y no me voy a
perder en el motivo que tiene su miga sino en que en una mañana fría, de ese
frío soriano, nosotros dos nos armamos con un paraguas y nos dedicamos a
recorrer la ciudad, incluyendo la tumba de Leonor y el olmo de Machado, porque
para nosotros Soria, era Machado. Y quizás esta ciudad fue el germen de este
gusanillo viajero que nos picó a los dos y que ha ido creciendo con el paso de
los años.
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